Cuando diciembre llamó a la puerta, los ratones supieron que había llegado el momento de preparar La Ratonera para la Navidad. Así que Mamá Ratona sacó del trastero las cajas llenas de adornos navideños, que quedaron desperdigadas por el salón.
- ¿Por dónde empezamos, mamá? - preguntó el ratón más grande.
- Por el principio - contestó Mamá Ratona, sorprendiendo una vez más con sus increíbles respuestas.
Entonces se abrigaron de pies a cabeza y salieron hacia el Bosque Encantado en busca de su árbol, pues en aquel bosque, diferente a cualquier otro (y al que sólo se accede por el camino de la imaginación), todas las familias tenían su propio árbol, que regaban, cuidaban, podaban y mimaban a diario. Y cuando llegaba la Navidad, aquellos árboles abandonaban temporalmente su lugar en el bosque para presidir el salón de cada hogar hasta los primeros días de Año Nuevo.
Los ratoncillos reconocieron a su árbol desde lejos y corrieron a su encuentro.
- ¡Ya estamos aquí arbolito, hemos vuelto! - exclamó el ratón pequeño rodeando el tronco con sus brazos.
Cuando también llegaron Mamá Ratona y el ratón más grande, entre todos ayudaron al árbol a desenterrar sus raíces.
- Vaya, cada día estás más alto y frondoso - dijo con cariño Mamá Ratona - Será una bonita Navidad.
Juntos deshicieron el camino de vuelta a La Ratonera. Al llegar, el árbol se colocó junto a la chimenea encendida, como siempre hacía por esas fechas. Su copa rozó el techo.
- Ya lo decía yo, has crecido mucho - confirmó Mamá Ratona.
- ¡Para el año que viene no tendremos más remedio que romper el techo! - exclamó el ratón pequeño.
Al escuchar aquello, Mamá Ratona y el ratón más grande rompieron a reír, y el gran árbol sacudió sus ramas más bajas haciendo cosquillas al ratón pequeño que también regaló sonoras carcajadas.
Cuando las risas se calmaron un poco, Mamá Ratona y los ratones se pusieron manos a la obra. Al rato la campana de fuera sonó, y el ratón pequeño corrió a abrir la puerta. Entonces irrumpieron en el salón las dos ardillas traviesas, los tres topitos miopes, el gnomo sabio y los cinco enanitos del bosque. Con ellos llegó también el alboroto y el barullo... y Mamá Ratona se armó de infinita paciencia.
Poco a poco, aquella chiquillería fue adornando las ramas del árbol. Primero, con sonrisas rojas y brillantes, después con deseos dorados e ilusiones plateadas, y finalmente con espumillón del color de los sueños.
Al final, el benjamín del grupo, que no era otro que el ratón pequeño, tuvo el honor de colocar la gran estrella en lo más alto del árbol, una estrella irregular, hecha de cartón y mal coloreada, pero que en aquel momento resultaba ser la estrella más maravillosa del mundo.
Para poder llegar a la copa del árbol, las ardillas, los topitos el gnomo y los cinco enanitos hicieron una pirámide montados unos sobre otros, así el ratón pequeñito pudo trepar con facilidad hasta alcanzar lo más alto. Y cuando coronó el árbol, su estrella comenzó a brillar con una luz intensa y especial, que alumbró extraordinariamente el salón a pesar de que ya era noche cerrada.
El primer día de diciembre llegó a su fin con dulces y castañas asadas, compartidas al calor de la chimenea y de las buenas intenciones.
Fuera, se escuchaba el frío silencio del invierno. Y, fuera, el corazón del Bosque Encantado había quedado desnudo, un año más, pues cada árbol se encontraba ya en su hogar, esperando a la Navidad que estaba a tan sólo tres paradas de tren, casi, casi a puntito de llegar.