jueves, 21 de marzo de 2013

Había Una Vez... Vera por Tres Meses

Vera apresuró el paso, no quería llegar tarde. Especialmente este año, todo el mundo la aguardaba impaciente. Los últimos meses habían sido un poco duros y ella no quería defraudar.
 
Toc, toc, llamó con los nudillos pero no esperó a que Erno abriera la puerta. Sin duda estaría esperando en el recibidor, listo para marcharse. Pero cuando cruzó el umbral el frío se le metió en el cuerpo y sintió un escalofrío. La casa estaba patas arriba, el mismo desastre de siempre.
 
- ¡Erno! - gritó enfadada.
 
Erno saludó desde arriba y bajó atropellado las escaleras.
 
- Lo siento Vera - se excusó - no pensaba que llegarías tan pronto; siéntate tranquila que enseguida termino, ya casi estoy.
 
Vera iba a gritar de nuevo, pero prefirió dejarse caer en el sofá.
 
- Erno, debes de ser el único en todo el planeta que no me esperaba... ¡todos los años me haces lo mismo! ¿Acaso no podías haber empezado a empaquetar ayer? Yo necesito mi tiempo para instalarme y no me puedo restrasar en el trabajo. ¿De quién es la culpa después? Mía y no tuya, desde luego.
 
- Ya, ya, si ya termino...  - Erno no parecía escuchar con demasiada atención, estaba más concentrado en terminar de recoger sus cosas. Miró hacia la chimenea, todavía con brasas encendidas.
 
- Te dejo leña fuera por si acaso, nunca se sabe.
 
La chimenea, las mantas... ¡había tanto por recoger!
 
- Está bien, márchate, anda, ya recojo yo todo lo demás.
 
Erno sonrió con su habitual encanto helador y le plantó un beso en la mejilla.
 
- Gracias guapa, ¿sabes que eres un sol?
 
Vera no pudo por menos que sonrojarse y dejó escapar una media sonrisa.
 
- ¡Venga, largo de aquí!
 
Así que, enrollándose la bufanda al cuello, Erno finalmente salió por la puerta.
 
Vera se quedó sola y miró a su alrededor. Suspiró. Fue a la cocina y se preparó un té que hizo que entrara en calor. Después comenzó por allí mismo a preparar la casa para los próximos tres meses. Y abrió las ventanas de par en par.
 
Cortinas alegres, sábanas estampadas, flores en el jarrón, fruta y verdura de temporada... Vera terminó de instalarse y miró el reloj. Mediodía. Las doce y dos minutos, las doce y dos del 20 de marzo. Adiós al inviErno y bienvenida, primaVera.
 
 

jueves, 14 de marzo de 2013

Había una Vez... La Gaviota Orgullosa

Creía ser más esbelta, más hermosa, más veloz... se sentía diferente a las demás. Las otras eran corrientes, vulgares... ella no, no era del montón, se sentía especial. Y precisamente eso, era lo que la separaba del resto.

Por eso volaba sola aquella tarde de 13 de marzo, cuando decidió posarse sobre una chimenea de la Capilla Sixtina. "Las seis menos veinte, demasiado pronto", pensó. Así que se quedó ahí un buen rato, muy quieta, altiva, presumida; orgullosa de lucirse.

Primero miró al cielo y después lo hizo al suelo, a la gran plaza. Miles de personas se habían congregado para contemplarla. Gentes de todos los rincones del mundo, venidas de muy lejos, sólo para verla. Sonrió al pensar en los celos y envidias de las demás gaviotas, "vulgares y corrientes" reiteró, y lamentó que no estuvieran allí para ver cómo ella era el centro de atención, mientras que las otras pasaban desapercibidas.

La expectación era cada vez mayor, y hubo de soportar cientos de flashes que cegaban a cada segundo. "El precio de la fama, qué remedio", se resignó complacida.

Pasadas las seis decidió dejar a su público, alzando el vuelo con el pico alto y un forzado aleteo que ella creyó elegante. "Mañana más" graznó, y la gaviota desapareció en el cielo lluvioso del Vaticano.

Una hora más tarde, de esa misma chimenea comenzó a salir humo, la fumata blanca que anunciaba que el mundo tenía por fin a un nuevo hombre santo para guiar su existencia.

"Habemus Papam" escuchó una Plaza de San Pedro abarrotada, poco antes de conocer a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco I. 

Muy lejos de allí, la gaviota siguió volando arrogante y orgullosa, equivocada y completamente sola.