jueves, 14 de marzo de 2013

Había una Vez... La Gaviota Orgullosa

Creía ser más esbelta, más hermosa, más veloz... se sentía diferente a las demás. Las otras eran corrientes, vulgares... ella no, no era del montón, se sentía especial. Y precisamente eso, era lo que la separaba del resto.

Por eso volaba sola aquella tarde de 13 de marzo, cuando decidió posarse sobre una chimenea de la Capilla Sixtina. "Las seis menos veinte, demasiado pronto", pensó. Así que se quedó ahí un buen rato, muy quieta, altiva, presumida; orgullosa de lucirse.

Primero miró al cielo y después lo hizo al suelo, a la gran plaza. Miles de personas se habían congregado para contemplarla. Gentes de todos los rincones del mundo, venidas de muy lejos, sólo para verla. Sonrió al pensar en los celos y envidias de las demás gaviotas, "vulgares y corrientes" reiteró, y lamentó que no estuvieran allí para ver cómo ella era el centro de atención, mientras que las otras pasaban desapercibidas.

La expectación era cada vez mayor, y hubo de soportar cientos de flashes que cegaban a cada segundo. "El precio de la fama, qué remedio", se resignó complacida.

Pasadas las seis decidió dejar a su público, alzando el vuelo con el pico alto y un forzado aleteo que ella creyó elegante. "Mañana más" graznó, y la gaviota desapareció en el cielo lluvioso del Vaticano.

Una hora más tarde, de esa misma chimenea comenzó a salir humo, la fumata blanca que anunciaba que el mundo tenía por fin a un nuevo hombre santo para guiar su existencia.

"Habemus Papam" escuchó una Plaza de San Pedro abarrotada, poco antes de conocer a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco I. 

Muy lejos de allí, la gaviota siguió volando arrogante y orgullosa, equivocada y completamente sola.