En el Reino Escondido de las Cosas Maravillosas nació
una vez un duende al que pusieron por nombre Horacio Minuto II por capricho de
su padre, el honorable duende Horacio Minuto.
Cada duende nace con una misión por cumplir, pero año
tras año la de Horacio Minuto II era un misterio. Era habilidoso y manitas, divertido,
ingenioso… pero no era ni muy alto, ni muy fuerte ni más sabio que otros
duendes. Sin embargo, Horacio tenía una virtud: siempre sabía el momento
oportuno para hacer, estar, decir o callar. Por eso, todos en el reino recurrían
a él, y cada vez con más frecuencia:
Horacio, ¿cuándo amanecerá? – ¿cuándo comenzará el gran banquete? – ¿cuánto
falta para la lluvia de estrellas?
Y Horacio tenía respuesta para todos: dentro de un rato corto, en un rato y medio
largo, dentro de tres ratos y veinte momentos…
¿Por qué todos tenían tanto interés en saber cuándo ocurrirían
las cosas? Horacio no le daba mucha importancia al momento exacto de los
acontecimientos del día, pero parecía ser el único en el Reino Escondido. Por
eso, una tarde se puso a pensar, y lo hizo exactamente durante cinco ratos muy
largos y quince breves momentos, hasta que creyó haber dado con la solución.
Buscando por aquí y por allá se hizo con un montón de extrañas
piezas: algunas tuercas, un par de muelles, un plato, tres agujas… Con todo
ello, fue a ver al Duende que Todo lo Sabe y le contó su idea.
- ¡Fantástica Horacio, has descubierto por fin tu
misión! – exclamó éste feliz.
Tardó varios ratos en dar forma a su invento y, al
amanecer, lo presentó ante el Gran Consejo: era una esfera con números del 1 al
12 escritos a su alrededor y con tres agujas que marcaban tres tiempos
diferentes, a los que todos los presentes, entusiasmados con el aparato,
coincidieron en llamar horas, minutos y segundos, en homenaje a su inventor.
Y mucho tiempo después, parece ser que aquel utilísimo
artilugio pasó a llamarse reloj… ¡vaya usted a saber por qué!
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.