martes, 22 de enero de 2013

Había una Vez... Vuelve cuando Quieras, Nieve

Llegó sin avisar. Los niños jugaban en el jardín y ella apareció de pronto, silenciosa. El más pequeño fue el primero en darse cuenta.

- Hola, ¿quién eres?

- Soy Nieve - respondió la niña.

- ¿Y de dónde vienes, eres de por aquí? - preguntó el más alto.

- Vengo del cielo - contestó Nieve señalando con el índice por encima de su cabeza.

- ¿Entonces... eres un ángel?

- ¡Claro que no! - respondió divertida - ¿Acaso me véis las alas? - y se giró para mostrar su espalda.

El pequeño se acercó y comprobó que efectivamente no tenía alas. Luego examinó con atención a la niña, tocando su pelo, su rostro, sus manos... Nieve llevaba una capa blanca muy suave, quizá demasiado larga para su talla, pues no era más alta que el niño que tenía a su lado.

- Estás fría - dijo éste.

- Tú también, mira tu nariz, roja y helada, ¡estamos en invierno, hace frío!

Era cierto que hacía frío, por eso los chicos habían salido bien abrigados, con gorro, guantes y bufanda.
 
- ¿Puedo jugar con vosotros? - preguntó Nieve.
 
- Claro, ¿a qué quieres jugar? Estábamos tirando piedras - comentó el pequeño.
 
- ¿Y por qué no tiráis bolas, que es mucho más divertido?
 
- ¿Bolas, bolas de qué?
 
Fue entonces cuando Nieve enseñó a los niños a lanzar bolas blancas (guerra de bolas de Nieve, se llamaba el juego), que impactaban inocentes en el cuerpo del enemigo como gélidas bombas de felicidad.
 
Media hora más tarde los tres estaban agotados y empapados de tanta batalla. Mientras descansaban, Nieve enseñó a los niños a hacer un monigote con bolas igualmente blancas, pero mucho más grandes. El muñeco quedó muy gracioso, grande y gordo, adornado con el gorro y la bufanda del niño mayor y los guantes de su hermano pequeño. 
 
- Para tí, Nieve, será tu muñeco y podrás venir a jugar con él cuando quieras - dijeron estos - es nuestro regalo por haberlo pasado tan bien contigo.
 
- ¡Muchas gracias! - contestó la niña emocionada - yo también lo he pasado en grande, pero ahora debo irme.
 
Así que Nieve dejó un frío beso en la mejilla de cada niño, y se marchó envuelta en su larga capa, caminando tan silenciosa como había llegado.
 
- ¡Hasta pronto, Nieve! ¿Cuándo volveremos a verte? - preguntaron los niños casi a gritos,  antes de perderla de vista.
 
- ¡Tal vez mañana, o el invierno que viene, pero volveremos a jugar juntos, seguro!
 
La niña se fue alejando despacio hasta finalmente desaparecer, y los niños se quedaron fuera todavía un rato, contemplando el muñeco de Nieve que poco a poco comenzaba a derretirse.

lunes, 14 de enero de 2013

Había una Vez... El Abuelo Cuenta Cuentos

Era gruñón y cascarrabias. Siempre discutía por todo y nada le parecía bien. Vivía solo desde hacía mucho tiempo, demasiado tal vez, y no solía hablar con la gente... a no ser que fuera para protestar.
 
Su cabaña estaba un poco alejada de las demás y sólo se acercaba al pueblo el día de mercado, una vez al mes.
 
Cuando aparecía, lo hacía subido a un carro que chirriaba con tristeza a cada golpe de rueda y hacía que los niños se escondieran a su paso.
 
Aquel era primer sábado de mes y se acercó a la plaza para ver qué traía el mercader ambulante. Aquel hombre llegado de otra región siempre tenía el puesto a rebosar de cachivaches, inventos, utensilios varios y... libros.
 
Ojeó unos cuantos, le encantaba leer, pero ya se había leído casi todo y cada vez era más difícil encontrar nuevas historias.
 
De pronto encontró un libro grueso, azul, viejo y con el lomo agrietado. Estaba lleno de polvo y utilizó su manga para limpiar un poco la cubierta: "La Tejedora de Cuentos".
 
Por dos monedas se lo llevó a casa y se sentó junto a la lumbre para empezar a leer. Leyó y leyó... y leyó hasta el amanecer, hasta la última página del libro.
 
No había dormido en toda la noche y se preparó un café bien cargado. Después se recortó la barba y se peinó, se cambió la camisa y sonrió al espejo.
 
Se montó en el carro y se dirigió a la plaza del pueblo. La gente se sorprendió al verle llegar, ya no era sábado de mercado, y algunos incluso ni le reconocieron.
 
Paró su carro y colocó un cartel de madera, pintado a mano, que rezaba "Los Cuentos de La Tejedora". Entonces abrió el libro azul y comenzó a leer la primera historia.
 
Poco a poco los niños se le fueron acercando. Primero se subieron al carro y después llenaron la plaza, sentándose en el suelo y en silencio para no interrumpir el relato. Todos, niños y grandes, querían ahora escuchar a aquel viejo gruñón de voz cascada.
 
A partir de aquel día fue conocido como el Abuelo Cuenta Cuentos, y siempre llegaba puntual a su cita, cada domingo por la mañana, para contar historias maravillosas, las que muy lejos de allí escribía la Tejedora de Cuentos.
 
Shhh, silencio, el Abuelo Cuenta Cuentos va a comenzar: "Hace mucho, mucho tiempo..."