Pérez
trabajaba de noche y dormitaba de día. Y aunque todos en el barrio le conocían,
nadie sabía que Pérez era en realidad el ratón más famoso del mundo, el
encargado de canjear, por monedas de oro redondas y brillantes, los dientecitos
caídos que los niños buenos dejaban bajo sus almohadas. Eran tantos los niños
buenos y tantos los dientes bajo sus almohadas, que Pérez no paraba nunca de
trabajar. Por eso, a veces el ratón echaba de menos algo de tiempo libre… y
quizás un poco de compañía en su pequeña casita con su pequeño jardín.
No muy lejos
de la casa de Pérez vivía Presumida, una ratita muy coqueta que pasaba su
tiempo limpiando la casa y mirándose en el espejo para estar siempre guapa,
pues cada mañana se levantaba con la ilusión de conocer a su príncipe azul, para que la quisiera, le regalara flores por San
Valentín y le diera muchos hijos, ratitas y ratoncitos que llenaran su casa de
felicidad.
Una tarde cualquiera,
como siempre hacía, Pérez se sentó frente a su ordenador.
El ratón repasó los encargos del día y respiró aliviado. “Vaya, hoy será una noche tranquila – pensó – sólo tengo que recoger el primer diente de un niño bueno y obediente llamado Luisete”. Así que cenó temprano, cogió su abrigo, su mochila y su casco, y puso en marcha su vieja motocicleta.
Pérez se
dirigió al Almacén de Monedas, un enorme edificio situado a las afueras de la
ciudad. Allí recogió una preciosa moneda para Luisete y se puso de nuevo en
marcha, en dirección a la casa del niño, en Alpedrete.
De camino, Pérez
pasó veloz por delante de la casa de Presumida, y al pillar un bache la moneda cayó
de la mochila sin que el ratón se diera cuenta. Ésta rodó y rodó y finalmente se paró frente a
la puerta de Presumida.
Cuando Pérez
llegó a casa de Luisete, subió corriendo las escaleras con su mochila a cuestas
y entró en la habitación del niño. De puntillas, avanzó despacito hasta la cama,
trepó con agilidad por la litera y se deslizó con cuidado bajo la almohada.
- Qué diente más bonito, Luisete
– susurró – se merece una moneda igualmente bonita.
Entonces abrió
su mochila para sacar la moneda, pero… ¡Oh no, la moneda no estaba! Pérez
rebuscó nervioso por todos lados, pero ésta no aparecía.
Triste y abatido,
el ratón bajó de la cama, salió de la casa de Luisete y regresó a su moto, aparcada fuera en el jardín. “¿Qué habrá podido pasar? - pensaba Pérez
mientras conducía de vuelta al Almacén de Monedas - ¡es la
primera vez que pierdo una moneda, me estoy haciendo viejo!”
Mientras
tanto, Presumida estaba terminando de limpiar su casita antes de irse a dormir.
Después de barrer la cocina y el salón, salió al porche y, barriendo,
barriendo…
- ¡Oh, qué preciosa moneda
acabo de encontrar! - exclamó entusiasmada, mientras se agachaba a recogerla - Con
esta moneda me compraré un bonito vestido, o un bolso, o un lazo para estar
guapa.
Presumida
seguía en el porche, pensando en las maravillosas cosas que podría comprar con
la moneda, cuando por delante pasó Pérez con su moto. Enseguida, el ratón reconoció la moneda
brillando en la mano de Presumida, así que frenó y bajó con prisas de la moto
para recuperarla.
- Buenas noches señorita, me llamo Pérez y vengo a recuperar la moneda que antes se me debió de caer al pasar frente a su casa. Si usted fuera tan amable de devolvérmela – continuó - la dejaré bajo la almohada de un niño llamado Luisete ¡se le acaba de caer un diente!
- Buenas noches señorita, me llamo Pérez y vengo a recuperar la moneda que antes se me debió de caer al pasar frente a su casa. Si usted fuera tan amable de devolvérmela – continuó - la dejaré bajo la almohada de un niño llamado Luisete ¡se le acaba de caer un diente!
- ¡Vaya! – exclamó la ratita
entre sorprendida y decepcionada - ¿Es usted realmente el Ratón Pérez? Yo soy
Presumida, encantada de saludarle… Qué lástima, con esta moneda pensaba
comprarme algo bonito para estar guapa y encontrar un marido que me quiera.
- Usted ya es muy guapa, Señorita Presumida, seguro que tiene muchos pretendientes – contestó Pérez con timidez y un poco sonrojado.
- Pero pase, pase, no se quede ahí fuera – dijo Presumida - Entre en casa, que la noche es fría y tengo una tetera caliente esperando en el salón.
Pérez intentó explicarle que no tenía tiempo, pero la ratita ya le había invitado a pasar y le ofrecía una taza de té. Así, al fuego de la chimenea, Pérez y Presumida charlaron animadamente durante varias horas: se fueron conociendo, se hicieron amigos y, al amanecer, ya se habían enamorado. Entonces, cuando los primeros rayos de sol ya entraban por la ventana, Pérez se sobresaltó.
- ¡Oh no, Presumida, tengo que ir a casa de Luisete, pronto despertará y debo canjear su dientecito por la moneda!
Sin más demora
y con la moneda a buen recaudo, Pérez arrancó su moto, al tiempo que Presumida
se montaba detrás, atándose un pañuelo a la cabeza para no despeinarse. El
ratón condujo veloz por las calles de Alpedrete hasta llegar de nuevo a la casa
de Luisete. Juntos esta vez, entraron de puntillas en la habitación del niño y
treparon por la litera hasta colarse bajo su almohada. Luisete se removió en su
cama.
- Shuuu – susurró Pérez – hay que darse prisa, el niño se va a despertar.
Pérez cogió el
diente de Luisete, y Presumida colocó la moneda justo en el mismo lugar. El
ratón y la ratita salían ya de la habitación cuando Luisete despertó y miró
ilusionado debajo de su almohada.
- ¡Mira Jorge! – gritó emocionado a su hermano - ¡Ha venido el Ratoncito Pérez y me ha dejado una moneda!
- ¡Mira Jorge! – gritó emocionado a su hermano - ¡Ha venido el Ratoncito Pérez y me ha dejado una moneda!
Para entonces, Pérez y Presumida ya habían arrancado de nuevo la moto, dispuestos a volver a casa.
A partir de
ese día, las vidas de Pérez y Presumida cambiaron para siempre. Presumida encontró a su príncipe y Pérez dejó
de estar tan solo. Ambos estaban tan enamorados que se casaron, vivieron muy
felices y tuvieron un montón de ratitas y ratoncitos que llenaron su casa de
felicidad. Y, sobre la chimenea de su dulce hogar, colocaron de recuerdo el primer
dientecito de aquel niño tan bueno llamado Luisete.
Y, colorín,
colorado, este cuento para Luisete se ha acabado.