martes, 24 de septiembre de 2013

Había una Vez... El primer café de Otoño

El otoño llegó de noche y disfrazado de verano, como queriendo pasar desapercibido. Pero no para la Tejedora, que llevaba días aguardando su llegada y para él había tejido una preciosa bufanda. "Colores apropiados para la temporada", pensó: ocres, granates, naranjas, amarillos… Le quedó perfecta, con tres meses de longitud, lo justo y necesario. Y la había terminado a tiempo.
 
Dejó pasar un día y al siguiente se acercó a verle con su regalo envuelto entre las manos. ¡Le echaba tanto de menos! Toc, toc - llamó a la puerta dos veces y el otoño enseguida abrió.

- ¡Mi querida viejita! – exclamó abrazándola con ternura – Justo ahora salía a buscarte.

Menudo zalamero, no cambiaba con los años. La Tejedora se dejó querer, pero luego sacó su genio.

- Ya,  claro, que si no vengo yo… ¡Anda, quita, que me despeinas el moño! Y sólo me quedaré un minuto, que tengo mucho que tejer.

El otoño hizo caso omiso y la invitó a pasar. Preparó un café absolutamente delicioso y se sentó junto a su viejita, como así le gustaba llamar a la Tejedora.

- ¿Qué me has traído? Sabes que no puedo aguantar ni un minuto, soy peor que los niños. ¡Venga, dame el regalo, por favor!

La Tejedora se lo dio a cambio de un beso. El otoño lo agitó curioso:

- ¡Suena como el pisar de hojas secas! ¿Qué es?

Rasgó con impaciencia el papel que lo envolvía. Encontró una caja de cartón y la abrió inquieto. Dentro, perfectamente doblada sobre sí misma, estaba la bufanda recién tejida. El otoño la sacó con cuidado para contemplar sus hermosos colores a la luz del mediodía.

- Guauuu, es preciosa – dijo casi en un susurro.

Se la acercó a la mejilla.

- Mmmm, huele a musgo y setas, y está húmeda como la lluvia.

Se la enrolló alrededor del cuello y se miró al espejo.

- Pues la verdad es que te queda muy bien – comentó ella orgullosa de su trabajo.

- Me encanta viejita, es perfecta, millones de gracias, ya no me la quito.

Se acercó a la Tejedora y la abrazó durante largo rato. Ésta, fingiendo prisa, se lo quitó de encima y se levantó del sofá.

- Bueno, te dejo que tengo faena.
 
- ¡De eso nada, ya sabes lo que toca, es tradición! - se quejó el otoño.
- ¿A estas alturas? -  a ella le encantaba hacerse de rogar - Pero si ya eres casi tan viejo como yo, otoño… 
- Me da igual, mira que me enfado y no te invito a más cafés.

- Vaaale, está bien – la Tejedora volvió a su sitio con gesto de falsa resignación – Pero uno corto, ¿eh? Vamos a ver, déjame que piense… éste creo que te gustará mucho: “Había una vez…”
Y durante más de media hora de su primer martes de 2013, el otoño estuvo muy quieto y callado, absolutamente embelesado escuchando un cuento de La Tejedora.