El
otoño llegó de noche y disfrazado de verano, como queriendo pasar
desapercibido. Pero no para la Tejedora, que llevaba días aguardando su llegada
y para él había tejido una preciosa bufanda. "Colores apropiados para la temporada", pensó: ocres, granates, naranjas, amarillos… Le
quedó perfecta, con tres meses de longitud, lo justo y necesario. Y la había
terminado a tiempo.
Dejó
pasar un día y al siguiente se acercó a verle con su regalo envuelto entre las
manos. ¡Le echaba tanto de menos! Toc, toc - llamó a la puerta dos veces y el
otoño enseguida abrió.
- ¡Mi querida viejita! – exclamó abrazándola con ternura – Justo ahora salía a buscarte.
Menudo zalamero, no cambiaba con los años. La Tejedora se dejó querer, pero luego sacó su genio.
- Ya, claro, que si no vengo yo… ¡Anda, quita, que me despeinas el moño! Y sólo me quedaré un minuto, que tengo mucho que tejer.
El otoño hizo caso omiso y la invitó a pasar. Preparó un café absolutamente delicioso y se sentó junto a su viejita, como así le gustaba llamar a la Tejedora.
- ¿Qué me has traído? Sabes que no puedo aguantar ni un minuto, soy peor que los niños. ¡Venga, dame el regalo, por favor!
La Tejedora se lo dio a cambio de un beso. El otoño lo agitó curioso:
- ¡Suena como el pisar de hojas secas! ¿Qué es?
Rasgó con impaciencia el papel que lo envolvía. Encontró una caja de cartón y la abrió inquieto. Dentro, perfectamente doblada sobre sí misma, estaba la bufanda recién tejida. El otoño la sacó con cuidado para contemplar sus hermosos colores a la luz del mediodía.
- Guauuu, es preciosa – dijo casi en un susurro.
Se la acercó a la mejilla.
- Mmmm, huele a musgo y setas, y está húmeda como la lluvia.
Se la enrolló alrededor del cuello y se miró al espejo.
- Pues la verdad es que te queda muy bien – comentó ella orgullosa de su trabajo.
- Me encanta viejita, es perfecta, millones de gracias, ya no me la quito.
Se acercó a la Tejedora y la abrazó durante largo rato. Ésta, fingiendo prisa, se lo quitó de encima y se levantó del sofá.
- Bueno, te dejo que tengo faena.
-
¡De eso nada, ya sabes lo que toca, es tradición! - se quejó el otoño.
-
¿A estas alturas? - a ella le encantaba hacerse de rogar - Pero si ya eres casi tan viejo como yo, otoño…
-
Me da igual, mira que me enfado y no te invito a más cafés.
- Vaaale, está bien – la Tejedora volvió a su sitio con gesto de falsa resignación – Pero uno corto, ¿eh? Vamos a ver, déjame que piense… éste creo que te gustará mucho: “Había una vez…”
- Vaaale, está bien – la Tejedora volvió a su sitio con gesto de falsa resignación – Pero uno corto, ¿eh? Vamos a ver, déjame que piense… éste creo que te gustará mucho: “Había una vez…”
Y
durante más de media hora de su primer martes de 2013, el otoño estuvo muy quieto y callado, absolutamente
embelesado escuchando un cuento de La Tejedora.