martes, 6 de noviembre de 2012

Había una Vez... La Vieja Fábrica de Galletas

Había una vez un pueblo, pequeño y un poco escondido, no muy lejos de la gran ciudad y cerca de las montañas. Era un pueblo como muchos otros, con su plaza, su Iglesia, sus gentes y sus comercios, donde no faltaba la panadería, la frutería, el supermercado y esa tienda en la que, revolviendo y con paciencia, uno siempre encuentra lo que busca. Pero lo que lo hacía ser un pueblo especial era sin duda su fábrica de galletas, una vieja nave de la que siempre salía humo blanco por sus largas chimeneas y un suave aroma que impregnaba de dulzura calles y rincones.

El Señor Alegro era su propietario, el hombre más sabio y con más años del lugar. Llevaba haciendo galletas toda la vida, "Las Galletas del Señor Alegro", famosas en toda la comarca. Las galletas en sí eran aparentemente normales, unas más redondas que otras, unas más grandes que otras, pero todas ellas absolutamente deliciosas. Sólo un mordisco bastaba para saborear sus bondades y uno se sentía tan bien y tan feliz en ese momento, que seguía mordiendo, despacito, para disfrutar al máximo cada galleta. Quien las probaba repetía, y ese era el motivo principal de la prosperidad del pueblo, siempre lleno de visitantes golosos, dispuestos a llevarse bajo el brazo una caja de galletas. La fábrica daba trabajo y traía dinero al pueblo. Y su gente vivía feliz.

Un día, llegó al pueblo un flamante coche blanco, muy largo y brillante. Paró en la plaza y de él se bajaron un elegante señor y una niña rechoncha, de tirabuzones rubios y grandes lazos en su vestido. El señor elegante miró con desprecio a su alrededor y....
 
Aquel señor elegante, de nombre Don Opulento Gruñón, llegó a aquel pueblo con un montón de problemas en el maletero de su lujoso vehículo. ¿Por qué no visitas a La Tejedora de Cuentos y descubres qué ocurrió con "La Vieja Fábrica de Galletas"?