martes, 6 de mayo de 2014

Había una Vez... Un Elefante Equilibrista


Había una vez un pequeño circo ambulante con una domadora, un payaso, una hermosa equilibrista y un mago. También había un elefante, un mono y un conejo blanco.

Cuando cada tarde comenzaba la función, la domadora hacía sentar al elefante en un pequeño taburete, el payaso y el mono hacían reír al público, el conejo desaparecía en la chistera del mago y la equilibrista realizaba increíbles piruetas en lo más alto de la carpa. Cuando esto último ocurría, el elefante suspiraba:

- Yo quiero ser equilibrista – se atrevió a decir una vez.

El mono rió a carcajadas, y los demás, que apreciaban mucho al elefante, intentaron disuadirle de su idea, pues tan gordo y torpe como era, no querían que fracasara en su intento.

- Eres muy grande y patoso – dijo el payaso – Los elefantes no nacieron para ser equilibristas.

La domadora y el mago intentaron igualmente quitarle la idea de la cabeza.

¡Pobre elefante! Decepcionado, agachó la trompa y se marchó a llorar en su minúsculo taburete. Entonces el conejo se le acercó y le dijo:

- ¡Yo tampoco creo que los conejos nacieran para desaparecer dentro de una chistera, pero mírame a mí!

Y entonces el elefante dejó de llorar. Pasaron después quince días con sus quince noches, y durante ese tiempo, el elefante persiguió su sueño con ayuda del conejo. Hasta que un día, al comenzar la función… ¡El público contempló anonadado cómo un gordo y torpe elefante trepaba hasta lo más alto de la carpa!

- ¡No lo hagas, te caerás! – gritó el mago.

- ¡Olvida tu sueño, eres un elefante! – exclamó la domadora.

Pero el elefante desoyó las advertencias y comenzó a caminar de puntillas, a cinco metros de altura, por un cable casi invisible.

Y dio un paso, dos y tres… y ante el orgullo de un conejo blanco y el asombro de los espectadores, ese torpe y gordo paquidermo se convirtió en el primer elefante equilibrista del mundo.

Así que ya sabéis, perseguid vuestros sueños, no dejéis que os corten las alas, ni las cortéis vosotros a nadie que quiera alcanzar los suyos.

Y, colorín, colorado, este cuento se ha acabado.