domingo, 18 de noviembre de 2012

Había una Vez... Un Payaso en el Cielo

Cerró la maleta. Le costó un poco, pues eran muchos los recuerdos que quería llevarse, muchos seres queridos, amigos, risas... mucho amor. Pero al final lo consiguió y la dejó en el suelo.

Después se caló bien su gorra a cuadros, se alisó con cuidado el traje rojo que le llegaba casi a los tobillos y comprobó el brillo de sus zapatos negros. Por último, se miró al espejo y apareció en el reflejo una enorme sonrisa bajo la nariz de un payaso. Supo que ya estaba listo para emprender el viaje.

Cogió su maleta y anduvo en solitario hasta llegar al pie de la escalera que subía infinita por encima de las nubes. Eran mecánicas así que, mientras duraba el ascenso, se giró para contemplar todo lo que dejaba atrás.

Vio en el horizonte la carpa rayada de un circo; y a Don Pepito con Don José saludándose en una esquina; al ratón de Susanita y a la Gallina Turuleca, a Ramón con su balón y al coche de papá. Y vio, hasta donde alcanzaba su mirada, la ilusión de tantos y tantos niños ya cuarentones, despidiéndose de él lanzando al aire millones de sonrisas.

El viaje duró menos de lo que esperaba y la escalera se detuvo delante de un mar de nubes blancas, como algodón de caramelo. Por unos segundos el miedo y la soledad rozaron su piel, pero enseguida se sintió mejor; mejor que nunca:

- ¡Por fin has llegado, te has hecho de rogar! – exclamó Gaby fingiendo enfado.

- ¡Vamos, date prisa, nos están esperando! – le apremió Fofó.

Tras un abrazo que supo a eterno, Miliki les siguió feliz, como si no hubiera pasado el tiempo. Los tres, vestidos como siempre, se colocaron en el centro de la pista, intercambiaron miradas de complicidad y con la fuerza del corazón gritaron al unísono:

- ¿Cómo están ustedes?

El cielo, hoy, ya es más divertido. Seguro.