miércoles, 24 de octubre de 2012

Había una Vez... de Misas y Aspirinas

Siempre que podía, la Tejedora de Cuentos utilizaba el transporte público, no ya por comodidad y ahorro de combustible (que también), sino porque además encontraba en aquellos trayectos, más o menos largos, grandes historias de protagonistas únicos y desenlaces inesperados … Historias que a menudo le servían de inspiración, cuando se enfrentaba a una página en blanco.

Tímida de carácter, la Tejedora no se consideraba gran conversadora ni con especial don de gentes, pero a cambio le gustaba escuchar. Lo hacía casi sin querer, inconscientemente, pues no buscaba conversaciones sino que las conversaciones la buscaban a ella. Y para cuando quería darse cuenta, ya estaba en medio de un interesante relato difícil de abandonar.

A pesar de su afición por escuchar historias ajenas, en absoluto se consideraba cotilla; todo lo contrario, a no ser por el bienestar de sus seres queridos, nunca deseaba saber más de lo que la gente quería que supiera.

Aquella mañana, la Tejedora cogió el autobús en dirección a la ciudad y se sentó en la tercera fila de la derecha, junto a la ventana. Dos paradas después, entró una pareja de mujeres de mediana edad que se sentó detrás... Y la Tejedora comenzó a escuchar:
- Pues hija, como te cuento, desde que voy a misa cada día me sale todo bien; estoy encantada, todo lo que pido a Dios se me cumple – comentaba una de ellas mientras su acompañante asentía de forma automática a cada frase que escuchaba.

- Todos mis problemas se están solucionando – continuaba diciendo – así que ya sabes: tú, para lo tuyo, reza mucho y ve a misa cada mañana, que ya verás cómo se te resuelven tus males – sentenció.
 
Al llegar a la siguiente parada, un señor mayor que también había estado atento a la conversación se levantó y caminó hacia la puerta trasera para bajarse del autobús. Al pasar junto a las señoras, se detuvo un segundo y preguntó a la charlatana:

- Disculpe señora,  ¿y qué pasará cuando no pueda ir a misa a diario? ¿y qué hará si, a pesar de tanta devoción interesada, alguno de sus problemas no se soluciona?

La señora aludida dio un respingo en su asiento y miró incrédula, de arriba abajo, al anciano. Fue a replicar pero enseguida notó el incómodo peso de otras miradas sobre su cogote; torció el gesto y pegó su cara a la ventana, como si de pronto le interesara lo que ocurría fuera.

El señor mayor bajó del autobús y la señora no volvió a abrir la boca. Y tampoco lo hizo su amiga, que no tardó en quedarse dormida.

La Tejedora recordó entonces un tweet que hacía muy poco había recibido de parte de un joven sacerdote amigo suyo - “Dios no es una aspirina. No acudas a Él sólo cuando te duele algo" -  y se rió sola pensando en la manera de retwitteárselo a aquella mujer.