miércoles, 28 de agosto de 2013

Había una Vez... El Cliente de Libro Viejo

Le gustaba frecuentar librerías, bibliotecas y, sobre todo, las ferias de libro viejo, pues era allí donde solía encontrar, de tanto en tanto, algún ejemplar de su obra predilecta, digno de ser adquirido.

Y nunca uno era igual que el otro, ni la historia exactamente la misma, y mucho menos las ilustraciones que adornaban sus páginas. Había tantísimas versiones y tan diferentes, que pasaba las horas estudiando cada una de las que componían su colección particular, buscando similitudes y diferencias entre unas y otras.
 
Aquella tarde de verano visitaba un mercadillo de libreros. Había ido ya en un par de ocasiones, pero nunca con el tiempo suficiente para buscar y rebuscar entre los montones de libros que se ofertaban.

"A la tercera va la vencida", pensó, y en aquella ocasión se tomó su tiempo. Una por una, sin encontrar en ellas nada que mereciera la pena, fue descartando las casetas de libros hasta llegar a la última. Y por última vez preguntó:
 
- Buenas tardes, ¿tiene algún cuento de Pinocho, por favor?
 
El hombre del puesto, un viejo librero con cierto aire a Gepetto, miró sorprendido al Cliente como si dudara de la seriedad de su pregunta. Después pareció reaccionar y respondió, ya de espaldas, buscando torpe por los estantes:
 
- Sí, ahora que lo dice... sí, creo que tengo uno, aunque un poco viejo y deteriorado - respondió.
 
- Me gustaría verlo de todas formas - insistió el Cliente.
 
El librero abandonó  entonces la estantería y siguió buscando por el interior de las cajas que invadían el suelo de su caseta.

A cada minuto que pasaba, más sentía la impaciencia del Cliente en su cogote.
 
- ¿Seguro que tiene un cuento de Pinocho?
 
- Sí, sí, aguarde, no se vaya, estaba por aquí... o tal vez era por allá.... Deme un segundo, estoy seguro de haberlo visto.  
 
Por fin reapareció el librero, y lo hizo con gesto triunfante y un gran libro entre sus manos. Sopló en la cubierta, y la capa de polvo que la velaba se perdió en el aire. Limpió un poco más con la manga y, con sumo cuidado, depositó el libro en manos del Cliente.
 
- Ya le dije que está un poco viejo, pero verá cómo le gusta. Examínelo sin prisa, el tiempo que desee - invitó el librero.
 
El Cliente abrió el libro con delicadeza e, ignorando el texto, fue estudiando con enorme interés sus ilustraciones, pasando las páginas muy, muy despacio.

Así comprobó que, en aquella edición, el malvado titiritero tenía una larguísima barba, y que el hada no era azul. Encontró al zorro, pero no al gato, y sí a la gran ballena. También se fijó en las ropas de Pinocho, en el tamaño de su nariz al mentir, y en sus orejas y pezuñas de burro. Por fin cerró el libro.
 
- Falta Pepito Grillo, no está - dijo levantando la vista hacia la del librero.
 
- Bueno... - respondió aquel - ya sabe que hay muchas versiones, quizá eso sea lo que haga a ésta más especial, ¿no cree? 
 
- Me lo llevo - decidió entonces el Cliente - ¿Cuánto cuesta?
 
El librero no supo qué contestar, no había pensado poner el libro a la venta, estaba viejo y dañado por el lomo. Dudó un instante y después respondió:
 
- Se lo regalo si me promete que lo cuidará para que no se estropee más. 
 
Poco después, el librero vio marchar feliz al último Cliente de la tarde, de poco más de un metro y cuatro años de edad, con el viejo cuento de Pinocho bajo el brazo.

Y por un rato, hasta que le perdió de vista, aquel librero retrocedió a su más tierna infancia, mientras guardaba la promesa recibida en un bolsillo del pantalón.
 
Dedicado a mi hijo Jorge y... a Carlo Collodi, que dio vida a Pinocho en 1882.