martes, 23 de abril de 2013

Había una Vez... Un 23 de Abril

La hermosa Princesa caminaba muy despacio, cabizbaja, casi arrastrando los pies. Hacía ya rato que había partido por última vez del Reino y no tenía prisa por llegar a su trágico destino. Sin embargo sabía que lo haría, antes o después; sabía que al final de aquel camino, que a cada paso se hacía más corto, se encontraba la cueva del Dragón que la devoraría sin piedad.

Aquel terrible monstruo llegado de tierras lejanas llevaba mucho tiempo atemorizando al Reino. Muchos fueron los valientes que quisieron acabar con la amenaza, pero nadie lo había conseguido. Tan sólo descubrieron cómo apaciguar su ira, saciando su apetito primero con animales, y después con los habitantes del Reino elegidos por sorteo.

Y aquel 23 de abril, la suerte caprichosa quiso que fuera la heredera al trono la próxima en ser devorada por la bestia.
 
Por fin se detuvo frente a la boca de la cueva. La Princesa miró hacia atrás y recordó con pena a su anciano padre el Rey, a quien nunca más volvería a abrazar. Fue entonces cuando vio la polvareda en el camino, y escuchó el galope de un caballo. Un Caballero de brillante armadura, montado sobre un corcel blanco, se detuvo pronto junto a ella.

El guerrero le preguntó el motivo de hallarse tan sola y tan lejos del Reino, y la Princesa relató su pena. Al oír la historia, el Caballero decidió luchar contra el Dragón para intentar evitar el trágico sino de la joven.
 
Fuera, ella esperó impaciente, nerviosa, dudando sin entrar o no, escuchando gritos y lamentos que procedían de lo más profundo de la cueva.
 
De pronto la fiera salió enloquecida de su guarida, y la aterrorizada Princesa se escondió tras la maleza. El Dragón lanzó una llamarada de fuego por la boca y se irguió sobre sus patas traseras. Rugió tan fuerte que la tierra tembló a mucha distancia, y después cayó desplomado a pocos centímetros de la Princesa.
 
Contemplando con cautela a la bestia inerte y panza arriba, la heredera descubrió una lanza clavada en su corazón. Malherido pero feliz, el Caballero salió de la cueva y, al querer recuperar su arma, algo mágico sucedió:

¡la sangre que salía a borbotones de la herida  del Dragón se iba convirtiendo en rosas al tocar el suelo!
 
Y una rosa le bastó a Jorge, que así se llamaba el Caballero, para regalar a la Princesa. Porque una mirada le había bastado para enamorarse profundamente de ella. 
 
Y colorín, colorado, la leyenda de San Jorge, el Dragón, la Princesa y la Rosa se ha acabado.
 
¡Felicidades a todos los Jorges y Feliz Día del Libro!