miércoles, 19 de diciembre de 2012

Había una Vez... El Invierno que Llega

Todos los años llegaba puntual, el 21 de diciembre, ni un día antes, ni un día después. A unos les gustaba su llegada, a otros no, pero su visita cada año era obligada.
 
A las 12:12 llamó al timbre y como siempre abrió el Otoño con las maletas hechas.
 
- ¡Qué bien que has llegado, bienvenido amigo Invierno! Tomas las llaves, aquí te dejo hasta el próximo año.
 
- Gracias Otoño, ¿alguna novedad?
 
- Ninguna; tan sólo revisa la caldera que estos días anda un poco loca. Unas veces nos congelamos de frío y otras... ¡calor casi primaveral!
 
El Otoño se marchó dejando un rastro de hojas secas. El Invierno cerró la puerta y miró a su alrededor. Todo en orden. Su equipaje era mucho más voluminoso que el del Otoño, pues traía consigo, además de ropa de abrigo a este lado del planeta, adornos y regalos de Navidad, décimos de Lotería, disfraces de Carnaval...

El Invierno comenzó a deshacer maletas y con su parsimonia habitual fue colocando cada cosa en su sitio. Fuera, en la puerta, colgó una guirnalda navideña y adornó el abeto que había traído para los primeros días. Dentro, revisó la caldera, "demasiado alta" pensó, y bajó un poco el termostato.
 
En su primer día no hizo mucho más. El Invierno aguardó a que llegara la noche, sentado junto a la chimenea en compañía de un buen libro, y las horas pasaron casi sin darse cuenta.
 
Cuando el cielo se oscureció y apareció  la media luna creciente, abandonó la lectura y subió al tejado. Desde allí tomó una gran bocanada de aire que luego expulsó con fuerza, congelando lo que estaba a su alcance. Después, abrió un gran saco de nieve y comenzó a esparcir miles y miles de copos blancos que cayeron silenciosos durante un buen rato.
 
Ésa fue la primera actuación del Invierno. Ya pensaría con calma qué más hacer durante los próximos tres meses. Tenía exactamente ochenta y ocho días y veintitrés horas por delante y ninguna, ninguna prisa.