domingo, 14 de octubre de 2012

Había una Vez... El Arco Iris

Un día llegó un Trovador al pueblo y contó a quienes quisieron escuchar una bonita historia sobre un arco mágico de muchos colores que aparecía en el cielo en contadas ocasiones y que escondía en uno de sus extremos una olla repleta de monedas de oro.

Los niños y jóvenes congregados a su alrededor se mantuvieron inmóviles, sin hablar ni casi pestañear durante el tiempo que duró el relato. Al terminar, el trovador pasó su gorro y fueron muchos quienes dejaron caer en su interior una moneda, como premio a su entretenida actuación.

Jimeno regresó al castillo donde vivía, no porque fuera rey o príncipe, sino porque allí era donde trabajaba su madre como cocinera. A ella la encontró en la parte trasera de los jardines, buscando las mejores hortalizas para preparar la sopa favorita del Rey. Mientras ayudaba a su madre en la huerta, Jimeno la entretuvo relatándole el cuento del arco mágico y las monedas de oro.

Desde lo alto de una torre, el engreído y avaricioso Príncipe también escuchó la historia y ordenó llamar al Mago Real, un anciano experto en ciencias y letras, a quien interrogó de malas maneras sobre aquel fantástico arco multicolor.

“Se trata de un fenómeno meteorológico poco frecuente denominado Arco Iris”, explicó el Mago. El Príncipe siguió preguntando impaciente, pero no recibió respuesta a muchas de sus dudas, como dónde estaba ese arco y cuándo aparecería. Furioso, despidió al Mago por incompetente y entonces mandó llamar al Capitán de la Guardia Real. Éste, siguiendo instrucciones, organizó una expedición secreta dirigida por el Príncipe, en busca del Arco Iris y de la olla cargada de monedas de oro.

Pero fue aquella una penosa aventura que duró varias semanas y que fracasó estrepitosamente. Cuando la expedición regresó al castillo, el Rey se alegró mucho de poder abrazar de nuevo a su hijo, a quien ya creía que no volvería a ver jamás.

- ¿Dónde has estado, querido mío? Me alegro mucho de tenerte de vuelta.

El Príncipe recibió con desgana los abrazos, pero su actitud cambió al darse cuenta de que el reino parecía estar de fiesta, engalanado por todas partes y con sus gentes bailando y cantando llenas de júbilo.

- ¿Todo este alboroto por mi regreso, padre? - preguntó con falsa modestia - No era necesario tan fastuoso recibimiento.

- Oh, no hijo, no tiene nada que ver contigo - respondió el Rey - Resulta que ayer ocurrió algo extraordinario: tras la lluvia del atardecer, salió el sol y el reino se cubrió de un hermoso y colorido arco. ¿Y sabes lo que había en uno de sus extremos? Un montón de monedas de oro que he repartido entre todos mis súbditos.

Al oír aquello, el joven Príncipe engreído y avaricioso se quedó con cara de tonto por varios días.