viernes, 28 de septiembre de 2012

Había una Vez... Una Ratonera

La Ratonera que había al final de la Calle Real, justo cuando ésta cambia el asfalto por tierra y se convierte en camino, era un lugar extraño, divertido la mayoría de las veces y con sus puertas abiertas de par en par, pues allí eran todos bienvenidos.

Mamá Ratona, siempre acelerada de aquí para allá, frenaba en seco cuando regresaba a casa. Una vez cruzaba el umbral, ya no cabían las prisas, y aunque allí dentro todo marchaba con puntualidad inglesa, los minutos del reloj de la Ratonera parecían ser más largos, más serenos, que los de cualquier otro reloj.

Los Ratones de la casa, que a veces discrepaban de los tiempos que manejaba Mamá Ratona, apuraban al máximo el que tenían libre, y correteaban, desordenaban, pintaban y salían al jardín en busca de otros ratoncillos con quienes jugar a lo que sugiriera su imaginación alocada. Cuando sonaba el toque de queda casi siempre refunfuñaban, pero enseguida acudían a la llamada, buenos y obedientes como eran, haciendo que Mamá Ratona se sintiera orgullosa de ellos.

En ocasiones el día amanecía nublado, lluvioso, triste, y contagiaba las almas, pero entonces los habitantes de la Ratonera recordaban lo que una tarde reveló un grillo sabio: "todos los días tienen algo bueno, encuéntralo y quédate con ello hasta la mañana siguiente".
 
Es verdad que no siempre era fácil encontrar aquello, sobre todo cuando no se sabía el color ni la forma de lo que se buscaba, pero mientras acertaban, los Ratones  a veces encontraban un rico trozo de queso, un botón, una moneda brillante... pequeños tesoros que iluminaban sus caras traviesas. 

Cuando la luna cubría el cielo con su manta de medianoche, la Ratonera se sumía en un profundo y calmo silencio, sólo interrumpido por pasitos acelerados de los Ratones que atravesaban de puntillas el pasillo hasta alcanzar la cama de Mamá Ratona y colarse bajo sus sábanas. Si eso ocurría, Mamá Ratona se hacía la dormida y los Ratones, junto a ella, recuperaban sus sueños hasta el amanecer, con lo mejor de aquel día custodiado en sus puños cerrados.