lunes, 31 de diciembre de 2012

Había una Vez... El Año Viejo

En el Bosque todos estaban tremendamente atareados, pues estaba ya muy próxima la Fiesta de Despedida del Año Viejo.

DosMilDoce había sido un año especialmente duro para muchos en el Bosque. Ardillas y Gnomos, Conejos, Pájaros y Duendes, Hadas y Ratones habían sufrido muy de cerca la dureza de la crisis. El desánimo y la tristeza se habían querido colar entre los árboles, y a punto estuvieron de conseguirlo en un par de ocasiones, pero afortunadamente en el Bosque la esperanza se había mantenido intacta.

Por eso DosMilDoce se merecía un gran festejo, con música, juegos y fuegos artificiales. Aquel año había sufrido tanto, durante doce meses seguidos, que ahora que llegaba su jubilación era también el momento de reconocer su esfuerzo.
 
Para la gran noche, las Ardillas habían preparado magdalenas de nueces. Los Gnomos, Duendes y Hadas se habían encargado de los efectos especiales. Los Pájaros habían engalanado las copas de los árboles y Los Conejos habían seleccionado las mejores zanahorias, para que sus señoras cocinaran las tartas más deliciosas. 

Por fin llegó el 31 de diciembre y por fin llegó DosMilDoce a la gran fiesta del Bosque. La Señora Araña y toda su prole habían tejido una hermosa pancarta que, de lado a lado, rezaba lo que sigue:

"Gracias por tu Entrega, Sacrificio y Espíritu de Superación"

A DosMilDoce se le empañó la mirada, y su cuerpo encorvado tembló de emoción durante unos instantes. Luego se recompuso y avanzó seguro hacia la comitiva de bienvenida que esperaba impaciente para saludarle.

Como era tradición, DosMilDoce se sentó en el sillón de roble y los habitantes del Bosque se fueron acercando,  uno a uno, para despedirse. Mamá Ratona y su ratones aguardaron impacientes la larga cola que daba tres vueltas al lago helado. Cuando llegó su turno, el Ratón pequeño agradeció a DosMilDoce su primer año de colegio. Y el Ratón mayor le dió las gracias por haber sido el año en el que había aprendido a leer. Después se acercó Mamá Ratona. Las lágrimas se le escapaban salpicadas de nostalgia, pues se iba un año muy especial para ella. Susurró unas palabras al oído del Viejo Año y ambos se abrazaron con ternura.
 
La noche fue mágica para unos y otros, y entre todos hicieron que DosMilDoce se sintiera orgulloso de su viaje, a pesar de los problemas que había traído y los que lamentablemente tenía que dejar a su sucesor.

A medianoche, el Viejo Año ya lo había hecho todo, y ya lo había dicho y escuchado todo. Tan sólo quedaba marcharse y dejar la puerta abierta para DosMilTrece.

Y eso mismo hizo, aprovechando el júbilo de las doce campanadas que reinaba en el Bosque y sabiendo que sus habitantes despertarían mañana con un nuevo sol. Uno nuevo y mucho mejor.

Feliz Año a todos.