lunes, 29 de septiembre de 2014

Había una Vez... La Señora en su Mecedora

En un lugar muy cerca de aquí, al final de un callejón empinado, empedrado y enredado, vivía una señora de edad incierta y mirada dulce que, cada tarde, salía al porche y comenzaba a tejer, sentada en su mecedora.

¿Y qué tejía, preguntarás? Pues no tejía bufandas ni tampoco calcetines. ¿Gorros, chaquetas, toquillas, tal vez? ¿Entonces, qué?

Aquella señora amable, que vivía por aquí, tejía cuentos maravillosos que dibujaban sonrisas y agrandaban corazones. 

Y lo hacía con unas sencillas agujas espolvoreadas por un hada buena,  y con los ovillos que encontraba en su cesto de mimbre, ordenados con mimo por un duende feliz. Ovillos de colores tan, tan especiales como el de la bondad, la generosidad, el respeto… y el color siempre vivo de la amistad. También, en su cesto, resposaba una lista interminable, con los nombres de toooodos los niños que merecían tener su propio cuento.

Así, cada tarde, y al son de su mecedora, aquella señora tejía historias fantásticas llenas de reyes y princesas, de dragones y bosques encantados, de gnomos, piratas, castillos, caballeros… y, sobre todo, de buenas intenciones.

Y, mientras ella tejía y tejía sin parar, el viento del atardecer se iba llevando las historias terminadas, que revoloteaban por el cielo hasta encontrar a su elegido, a un niño como tú o tú que, al leer su cuento, se sentía más feliz y mejor personita.

Por eso, en las tardes de brisa, estés donde estés, si cierras los ojos y prestas atención, podrás escuchar el compás de una mecedora. Y mira siempre al cielo, pues pudiera ser que un día de estos te llegue tu propia historia, tejida por La Tejedora de Cuentos. 

Y, colorín, colorado… La Tejedora seguirá tejiendo mientras quede un niño sin su cuento.