viernes, 27 de septiembre de 2013

Había un Vez... El Tiempo que Pasa

Cada vez, con más frecuencia, necesito que el tiempo vaya más despacio.
 
Necesito que las horas sean más lentas, que los días paseen y no pasen volando, que las semanas de verdad tengan siete días, y que transcurra mucho, mucho tiempo hasta celebrar de nuevo mi cumpleaños.
 
Necesito más tiempo para mi trabajo, y mucho más para mi familia, mis amigos y mi ocio.
 
Necesito tiempo para hacer las cosas bien, y no simplemente hacerlas. Quiero ver pasar el tiempo por delante de mí, caminando sin ninguna prisa, porque no quiero ser yo quien tenga que correr tras él. Y quiero sentir cada minuto y poder acordarme después.

Necesito que mis hijos no crezcan y que mis padres no envejezcan... al menos, por favor,  no tan deprisa. 

martes, 24 de septiembre de 2013

Había una Vez... El primer café de Otoño

El otoño llegó de noche y disfrazado de verano, como queriendo pasar desapercibido. Pero no para la Tejedora, que llevaba días aguardando su llegada y para él había tejido una preciosa bufanda. "Colores apropiados para la temporada", pensó: ocres, granates, naranjas, amarillos… Le quedó perfecta, con tres meses de longitud, lo justo y necesario. Y la había terminado a tiempo.
 
Dejó pasar un día y al siguiente se acercó a verle con su regalo envuelto entre las manos. ¡Le echaba tanto de menos! Toc, toc - llamó a la puerta dos veces y el otoño enseguida abrió.

- ¡Mi querida viejita! – exclamó abrazándola con ternura – Justo ahora salía a buscarte.

Menudo zalamero, no cambiaba con los años. La Tejedora se dejó querer, pero luego sacó su genio.

- Ya,  claro, que si no vengo yo… ¡Anda, quita, que me despeinas el moño! Y sólo me quedaré un minuto, que tengo mucho que tejer.

El otoño hizo caso omiso y la invitó a pasar. Preparó un café absolutamente delicioso y se sentó junto a su viejita, como así le gustaba llamar a la Tejedora.

- ¿Qué me has traído? Sabes que no puedo aguantar ni un minuto, soy peor que los niños. ¡Venga, dame el regalo, por favor!

La Tejedora se lo dio a cambio de un beso. El otoño lo agitó curioso:

- ¡Suena como el pisar de hojas secas! ¿Qué es?

Rasgó con impaciencia el papel que lo envolvía. Encontró una caja de cartón y la abrió inquieto. Dentro, perfectamente doblada sobre sí misma, estaba la bufanda recién tejida. El otoño la sacó con cuidado para contemplar sus hermosos colores a la luz del mediodía.

- Guauuu, es preciosa – dijo casi en un susurro.

Se la acercó a la mejilla.

- Mmmm, huele a musgo y setas, y está húmeda como la lluvia.

Se la enrolló alrededor del cuello y se miró al espejo.

- Pues la verdad es que te queda muy bien – comentó ella orgullosa de su trabajo.

- Me encanta viejita, es perfecta, millones de gracias, ya no me la quito.

Se acercó a la Tejedora y la abrazó durante largo rato. Ésta, fingiendo prisa, se lo quitó de encima y se levantó del sofá.

- Bueno, te dejo que tengo faena.
 
- ¡De eso nada, ya sabes lo que toca, es tradición! - se quejó el otoño.
- ¿A estas alturas? -  a ella le encantaba hacerse de rogar - Pero si ya eres casi tan viejo como yo, otoño… 
- Me da igual, mira que me enfado y no te invito a más cafés.

- Vaaale, está bien – la Tejedora volvió a su sitio con gesto de falsa resignación – Pero uno corto, ¿eh? Vamos a ver, déjame que piense… éste creo que te gustará mucho: “Había una vez…”
Y durante más de media hora de su primer martes de 2013, el otoño estuvo muy quieto y callado, absolutamente embelesado escuchando un cuento de La Tejedora.