Chispito era muy pequeño,
más pequeño que el menor de los siete enanitos, más pequeño que Pulgarcito y
más pequeño que un botón.
Sin embargo, a pesar de
su diminuto tamaño, Chispito soñaba con ser un gran héroe, realizar importantes
hazañas y salvar a sus amigos de los peligros del bosque. Por eso, decidió
esforzarse mucho para lograr su sueño.
Primero, se hizo un traje
con capa y antifaz y pidió al Señor Pájaro que le enseñara a volar. Para estar
fuerte, comenzó a hacer gimnasia cada mañana con su amigo el Saltamontes. Y
aunque no siempre le gustaba la comida que preparaba mamá, decidió comer de todo,
fruta, legumbres, verdura, carne y pescado, y dejó sólo para los domingos
algunas chuches y golosinas.
Entonces Chispito empezó
a crecer y su madre se puso muy contenta. Pero él se miraba al espejo y
comprobaba que todavía no era todo lo alto y fuerte que quería ser.
Un día, mientras se
preocupaba por seguir creciendo, Chispito ayudó a Doña Mariquita a encontrar un
lunar que se le había caído entre las hierbas. Otra tarde, cambió con gusto la
bombilla fundida de la
Señora Luciérnaga. Y pasó toda una mañana animando al Sauce
Llorón, que finalmente dejó de llorar y volvió a sonreír.
Mientras se esforzaba por
ser grande y fuerte, Chispito fue generoso al compartir sus juguetes con los
amigos; y también cuando partió su bocadillo en tres, para que las Hadas
Regordetas merendaran con él.
Chispito seguía
creciendo, pero todavía no tocaba el cielo, ni siquiera de puntillas y pensó
que tal vez era cuestión de esforzase un poco más.
Mientras tanto hizo las
paces con Don Topo, después de enfadarse por una tontería. Y se hizo amigo del
Patito Feo, que se convirtió en el más feliz del estanque.
Todos los días, pasaba un
rato con el viejo Gnomo del Bosque. Le daba conversación, le ayudaba en las
tareas domésticas y recogía los frutos del huerto para que el anciano, que
tenía más de trescientos años, no se cansara tanto.
Una noche, Chispito se
acercó al estanque y buscó su reflejo en el agua. Se miró atento de la cabeza a
los pies y, al verse tan pequeñito, se entristeció. Era cierto que había
crecido, pero no tanto como para ser el gran héroe con el que soñaba
convertirse. Así que se rindió y se quitó la capa y su antifaz.
De pronto, el cielo estrellado
se iluminó de polvo dorado y Chispito miró hacia arriba.
- ¿Qué
te ocurre Chispito, por qué estás triste? – preguntó una Voz.
- Yo
quería ser un superhéroe y ayudar a los demás. He hecho cuanto he podido, pero
sigo siendo más pequeño que el menor de los siete enanitos, más pequeño que
Pulgarcito y más pequeño que un botón.
- Querido
Chispito – respondió la Voz
– tu cuerpo sigue pequeño, pero tu corazón ha crecido tanto, tanto,
tantísimo, que ahora es inmenso.
Chispito se tocó el
pecho, justo allí donde late el corazón, pero no notó que éste fuera más grande
que antes. La Voz
continuó hablando:
- ¿No
te has dado cuenta? En los últimos días has sido el mejor de los
héroes. Sin pedir nada a cambio, ayudaste a Doña Mariquita y a la Señora Luciérnaga.
Has sido generoso con tus amigos y con las Hadas, has sabido perdonar y has
dedicado tu tiempo en ayudar a los demás.
- ¿De
verdad he hecho yo todo eso? Bueno, tal vez, pero eso no tiene nada que ver con
ser un héroe, yo sigo siendo pequeño – respondió Chispito.
- Eres
muy grande, Chispito, y seguro que seguirás creciendo con tu bondad y tu
generosidad.
La
Voz
calló y la luz dorada se apagó lentamente. Entonces Chispito se miró otra vez
en el estanque y ahora sí se vio grande, alto y fuerte; y dio saltos de
alegría. Así que volvió a atarse su capa, a colocarse el antifaz y se marchó a
casa sin importarle si era más pequeño que el menor de los siete enanitos, más
pequeño que Pulgarcito o más pequeño que un botón.
Y a partir de aquel día Chispito
sólo se preocupó de hacer el bien a los demás; y para sus amigos fue, desde
entonces, el Superhéroe del Bosque.
Y,
colorín, colorado, el cuento de Chispito se ha acabado.