martes, 30 de octubre de 2012

Había una Vez... Un Intento Fallido de VideoBlog :D

Era sábado por la noche, una noche fría y ventosa, y yo estaba en casa trabajando al calor de la chimenea. Sin previo aviso, Maxi apareció en casa con una idea bajo el brazo: "vamos a hacer un videoblog". Y ya no pude escapar.
 
Cansada, constipada, afónica y "sin arreglar", todavía no sé cómo me puse delante de una cámara para protagonizar el peor estreno de la historia, el VideoBlog de La Tejedora de Cuentos. A pesar del empeño de mi amigo Maxi, confieso que no fui capaz de transmitir nada de lo que quería y mi frustación, pesada como una losa, se fue conmigo a la cama.
 
Sólo después comprendí que la noche no había sido tan horrible; porque, camino de la madrugada, se había llenado hasta rebosar de risas, ideas absurdas, buenas intenciones, sueños imposibles, charlas, ilusiones... y, sobre todo, de mucha generosidad y amistad. 
 
Y sólo por eso, porque me quedo con lo mejor, me gustaría compartir con vosotros el resultado de aquello. ¿Qué más me da, si nadie es perfecto? Y yo, mucho menos. Así pues, (esperando no decepcionar demasiado), bienvenidos todos a mi noche del 27 de octubre de 2012:
 
 
Gracias Maxi por este montaje, por ser mi amigo, por tus empujones, por creer en mí y... por reírte conmigo.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Había una Vez... de Misas y Aspirinas

Siempre que podía, la Tejedora de Cuentos utilizaba el transporte público, no ya por comodidad y ahorro de combustible (que también), sino porque además encontraba en aquellos trayectos, más o menos largos, grandes historias de protagonistas únicos y desenlaces inesperados … Historias que a menudo le servían de inspiración, cuando se enfrentaba a una página en blanco.

Tímida de carácter, la Tejedora no se consideraba gran conversadora ni con especial don de gentes, pero a cambio le gustaba escuchar. Lo hacía casi sin querer, inconscientemente, pues no buscaba conversaciones sino que las conversaciones la buscaban a ella. Y para cuando quería darse cuenta, ya estaba en medio de un interesante relato difícil de abandonar.

A pesar de su afición por escuchar historias ajenas, en absoluto se consideraba cotilla; todo lo contrario, a no ser por el bienestar de sus seres queridos, nunca deseaba saber más de lo que la gente quería que supiera.

Aquella mañana, la Tejedora cogió el autobús en dirección a la ciudad y se sentó en la tercera fila de la derecha, junto a la ventana. Dos paradas después, entró una pareja de mujeres de mediana edad que se sentó detrás... Y la Tejedora comenzó a escuchar:
- Pues hija, como te cuento, desde que voy a misa cada día me sale todo bien; estoy encantada, todo lo que pido a Dios se me cumple – comentaba una de ellas mientras su acompañante asentía de forma automática a cada frase que escuchaba.

- Todos mis problemas se están solucionando – continuaba diciendo – así que ya sabes: tú, para lo tuyo, reza mucho y ve a misa cada mañana, que ya verás cómo se te resuelven tus males – sentenció.
 
Al llegar a la siguiente parada, un señor mayor que también había estado atento a la conversación se levantó y caminó hacia la puerta trasera para bajarse del autobús. Al pasar junto a las señoras, se detuvo un segundo y preguntó a la charlatana:

- Disculpe señora,  ¿y qué pasará cuando no pueda ir a misa a diario? ¿y qué hará si, a pesar de tanta devoción interesada, alguno de sus problemas no se soluciona?

La señora aludida dio un respingo en su asiento y miró incrédula, de arriba abajo, al anciano. Fue a replicar pero enseguida notó el incómodo peso de otras miradas sobre su cogote; torció el gesto y pegó su cara a la ventana, como si de pronto le interesara lo que ocurría fuera.

El señor mayor bajó del autobús y la señora no volvió a abrir la boca. Y tampoco lo hizo su amiga, que no tardó en quedarse dormida.

La Tejedora recordó entonces un tweet que hacía muy poco había recibido de parte de un joven sacerdote amigo suyo - “Dios no es una aspirina. No acudas a Él sólo cuando te duele algo" -  y se rió sola pensando en la manera de retwitteárselo a aquella mujer.

viernes, 19 de octubre de 2012

Había una Vez... La Bruja de Halloween

-       ¿Queréis participar en el concurso, chicos?
 
La Bibliotecaria sonreía al tiempo que extendía su brazo derecho con intención de entregar una hoja de papel a los dos niños. El mayor la tomó en sus manos y se quedó observándola atentamente como si comprendiera su contenido, cosa improbable y casi imposible puesto que no sabía leer.

-       ¿Qué hay que hacer? - preguntó sensato.

-       En la hojita viene todo explicado, cariño, se trata de hacer una bruja, de papel, cartón, plastilina…, grande o pequeña, como queráis, y entregarla antes del 18 de octubre, ¡Halloween está ya cerca!

De vuelta a casa, los niños contaron a mamá que querían hacer una bruja. El mayor rebuscó en su bolsillo y sacó la hoja arrugada. Mamá la leyó, se quedó pensando durante un rato (que los niños sintieron como eterno) y por fin dijo:
-       ¡Manos a la obra!

Así, durante más de dos semanas y a ratitos cada tarde, mamá y los chicos trabajaron en el diseño y construcción de una bruja, que poco a poco fue tomando forma y color: medía unos 60 cm. y su esqueleto estaba formado por un viejo tiesto, un globo a medio hinchar y mucho papel, cartón y papel celo. Para que aquella combinación tuviera aspecto de bruja, fue necesario embadurnarse de cola blanca, mancharse de pintura y recurrir al ingenio y la imaginación.
Finalmente la bruja quedó terminada; era estupenda, espectacular, daba miedo pero no era mala; bueno sí, un poco. Tras un acalorado debate, en la noche del 16 de octubre fue bautizada como “la Bruja Hechicera de Sapos y Lombrices”.

-       ¡Es terrorífica! – exclamó el pequeño de la casa.
 
-       ¡Ha quedado muy chula, mamá, ojalá ganemos el concurso! – dijo el mayor con el deseo en su mirada.
 
Entonces, mamá cogió la hoja arrugada clavada en el corcho de la cocina y leyó: “la fecha de entrega será el 17 de octubre… Las brujas ganadoras se quedarán a disposición de la Biblioteca; las demás podrán recogerse pasados dos meses”.

El pequeño ni se inmutó al oír aquello, pero al mayor le cambió la cara.
-       ¿Cómo? – preguntó sorprendido sin esperar respuesta - esta bruja no va a ningún sitio, se queda en casa.

-       ¿Por qué? – preguntó mamá  - ¿tanto esfuerzo para nada?
 
-       Todo lo contrario -  explicó el niño – por ella hemos estado mucho tiempo juntos, lo hemos pasado genial y, encima, nos ha quedado preciosa. Si ganamos, la bruja se quedará para siempre en la Biblioteca y, si no, tardarán demasiado en devolvérnosla…

-       ¡Y yo quiero que se quede aquí! – gritó el pequeño.
La decisión parecía estar tomada así que aquella noche, después de cenar, los chicos cogieron papel y lápices y dibujaron una bruja rodeada de murciélagos, esqueletos y calabazas, y adornada con purpurina. Firmaron en el reverso con sus datos y… fue esa, y no la otra, la que participaría en el Concurso de Halloween de la Biblioteca.

Por su parte, la Bruja Hechicera de Sapos y Lombrices miró a su alrededor y sonrió satisfecha al contemplar su nuevo hogar.

domingo, 14 de octubre de 2012

Había una Vez... El Arco Iris

Un día llegó un Trovador al pueblo y contó a quienes quisieron escuchar una bonita historia sobre un arco mágico de muchos colores que aparecía en el cielo en contadas ocasiones y que escondía en uno de sus extremos una olla repleta de monedas de oro.

Los niños y jóvenes congregados a su alrededor se mantuvieron inmóviles, sin hablar ni casi pestañear durante el tiempo que duró el relato. Al terminar, el trovador pasó su gorro y fueron muchos quienes dejaron caer en su interior una moneda, como premio a su entretenida actuación.

Jimeno regresó al castillo donde vivía, no porque fuera rey o príncipe, sino porque allí era donde trabajaba su madre como cocinera. A ella la encontró en la parte trasera de los jardines, buscando las mejores hortalizas para preparar la sopa favorita del Rey. Mientras ayudaba a su madre en la huerta, Jimeno la entretuvo relatándole el cuento del arco mágico y las monedas de oro.

Desde lo alto de una torre, el engreído y avaricioso Príncipe también escuchó la historia y ordenó llamar al Mago Real, un anciano experto en ciencias y letras, a quien interrogó de malas maneras sobre aquel fantástico arco multicolor.

“Se trata de un fenómeno meteorológico poco frecuente denominado Arco Iris”, explicó el Mago. El Príncipe siguió preguntando impaciente, pero no recibió respuesta a muchas de sus dudas, como dónde estaba ese arco y cuándo aparecería. Furioso, despidió al Mago por incompetente y entonces mandó llamar al Capitán de la Guardia Real. Éste, siguiendo instrucciones, organizó una expedición secreta dirigida por el Príncipe, en busca del Arco Iris y de la olla cargada de monedas de oro.

Pero fue aquella una penosa aventura que duró varias semanas y que fracasó estrepitosamente. Cuando la expedición regresó al castillo, el Rey se alegró mucho de poder abrazar de nuevo a su hijo, a quien ya creía que no volvería a ver jamás.

- ¿Dónde has estado, querido mío? Me alegro mucho de tenerte de vuelta.

El Príncipe recibió con desgana los abrazos, pero su actitud cambió al darse cuenta de que el reino parecía estar de fiesta, engalanado por todas partes y con sus gentes bailando y cantando llenas de júbilo.

- ¿Todo este alboroto por mi regreso, padre? - preguntó con falsa modestia - No era necesario tan fastuoso recibimiento.

- Oh, no hijo, no tiene nada que ver contigo - respondió el Rey - Resulta que ayer ocurrió algo extraordinario: tras la lluvia del atardecer, salió el sol y el reino se cubrió de un hermoso y colorido arco. ¿Y sabes lo que había en uno de sus extremos? Un montón de monedas de oro que he repartido entre todos mis súbditos.

Al oír aquello, el joven Príncipe engreído y avaricioso se quedó con cara de tonto por varios días.

lunes, 8 de octubre de 2012

Había una Vez... Un Ladrón de Sonrisas

Cada vez que salía a trabajar en las noches de luna nueva, deseaba con todas sus fuerzas volver a casa con las manos vacías. Pero desgraciadamente hacía ya mucho tiempo, muchos meses y quizá incluso años, que regresaba a su guarida cargado de sacas y sacas llenas, llenas a rebosar.

Tanta gente a su alrededor sin empleo y él se sentía por primera vez incapaz de cumplir con la misión que se le había encomendado. Las noches eran demasiado cortas y el trabajo se acumulaba; estaba absolutamente desbordado y aquello le producía dolor de corazón.

El sótano ya no tenía cabida para nada más, así que había comenzado a amontonar los sacos que traía llenos en la parte trasera de la guarida, bajo un porche de madera carcomida que no siempre protegía de las inclemencias del tiempo. Y a él, que nunca perdía la esperanza de poder devolver parte de la mercancía, le preocupaba muchísimo que ésta se deteriorara.

Y todo por culpa de una mala racha, crisis económica decían, que había roto sueños, sembrado desesperación y, lo peor, había ocultado casi por completo, como si de una espesa niebla se tratara, las cosas buenas que tenía la vida (porque todavía las tenía) para sonreír.

¿O acaso la bondad, la solidaridad y la generosidad de tanta gente anónima en tiempos difíciles no merecían una sonrisa, por pequeña que fuera?

Claro que sí, y por eso el Ladrón de Sonrisas* se esforzaba cada noche de luna nueva en recoger todas y cada una de las sonrisas que encontraba por el suelo, porque estaba seguro de que antes o después, cuando las cosas mejoraran, sus dueños vendrían a recuperarlas.

*El cuento del Ladrón de Sonrisas podrás leerlo en www.latejedoradecuentos.es.

 

 

 

miércoles, 3 de octubre de 2012

Había una Vez... Una Sirena y Dos Calamares

En una ocasión, hace ya mucho tiempo, ocurrió que una princesa sirena nadó demasiado lejos y se perdió en el mar.
 
- ¡Socorro, me he perdido, soy la princesa! – gritó angustiada - ¡que alguien venga a ayudarme inmediatamente!

Pero nadie contestó la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que pidió ayuda, y mirara a donde mirara, el mundo a su alrededor era sólo agua, azul y soledad.

Más irritada que asustada, la sirena bajó hasta el fondo y se sentó en una roca con hermosos corales. Allí descansó un rato y comprobó cómo los rayos del sol se iban apagando, al mismo tiempo que se oscurecía el mar.

- Hola, ¿cómo te llamas?

La sirena dio un respingo y se giró bruscamente, arremolinando con su cola el agua que le rodeaba.
 
- ¿Quiénes sois vosotros? ¿Y dónde está Palacio? – preguntó altiva.

Dos calamares la contemplaban sonrientes y tardaron unos segundos en responder.

- Pues somos calamares, y Palacio está… por allí – contestó el más grande.

- No, está por allá – rectificó el calamar más pequeñito y enseguida se enzarzaron ambos en una discusión sobre la dirección a seguir para llegar al Palacio Real.

La sirena quiso poner fin a la discusión.
-  ¡Ya está bien! – gritó – Soy la princesa, la heredera, y os ordeno que me llevéis de vuelta a casa.

El calamar pequeño frunció el ceño y preguntó:

- ¿¿Cómo se pide??
- Es que las cosas se piden por favor - explicó el más grande con la mejor de sus sonrisas.

La princesa les miró boquiabierta y después preguntó malhumorada:

- Vamos a ver, ¿qué parte de “soy la princesa” no habéis entendido?

- ¿Y qué parte de “cómo se pide” no has comprendido tú, princesa gruñona? – preguntó a su vez el calamar pequeño.

- Bueno, princesa – intervino el calamar grande, que era más diplomático que el otro – aunque seas princesa y heredera yo creo que deberías pedir las cosas por favor, ¿no crees?

- ¿Para qué? En Palacio todos obedecen a la primera, no tengo necesidad de pedir favores, yo doy órdenes.

- ¡Pues eso será en Palacio, pero aquí si no eres amable con los demás, los demás no lo serán contigo!  ¡Y no podrán ayudarte! - sentenció el calamar pequeñajo.

La sirena se enfadó tanto tantísimo que los dos calamarcitos se escondieron tras la roca durante el rato que duró su furia. Cuando se hubo calmado, la sirena se sentó en la roca y comenzó a sollozar, después a gimotear y finalmente a llorar desconsoladamente. Los calamares salieron de su escondite y se acercaron a ella.

- No llores, no te preocupes, aunque no lo pidas por favor, te ayudaremos a volver a casa – dijo el calamar pequeñito, con cierto cargo de conciencia.

- No lloro por no saber volver a casa – dijo la sirena tras un largo silencio entrecortado – lloro porque nadie me ha enseñado a ser amable.

Los calamares, sorprendidos al oír aquello, la abrazaron (con todos sus bracitos) y esperaron a que la princesa se tranquilizara. Luego, le explicaron en qué consistía ser amable y viendo el gran interés que ésta mostraba, le hablaron también de la amistad y de los buenos modales. Llegó la medianohe, todos estaban cansados y al calamar grande se le ocurrió avisar al pez bombilla, que acudió solícito a la llamada. Y a la pregunta de por dónde ir a Palacio, éste concluyó que no se iba por allí, ni por allá, sino justo por el camino del medio. Así, alumbrando aquella dirección, el pez y los calamares acompañaron a la sirena de vuelta a su hogar.
De nuevo en Palacio, la princesa comenzó a practicar la amabilidad, y todo lo aprendido en la tarde en que se perdió; y a partir de entonces se sintió mucho mejor, más querida e incluso más guapa.

Por su parte, los dos calamares regresaron a su roca de hermosos corales, y siguieron con sus vidas tan felices como siempre.
Y colorín, colorado, el cuento de la sirena y los dos calamares se ha acabado.